sábado, 9 de julio de 2005

Irina es un nombre hermoso

Irina es un nombre hermoso, parece ingenuo y eternamente infantil. Cuando sus padres la inscribieron en el Registro Civil, hubo en la acción, además del compromiso y obligación legal, una infinita entrega de amor. Entre pañales y desvelos comenzó su vida Irina Rodríguez Ronda el 27 de marzo de 1988.

Hay algunos que no creen en la predisposición familiar, otros todo lo contrario aún cuando falta el espaldarazo científico.

La niña tuvo su primer impacto contra la salud en diciembre de 1989, con una sepsis generalizada que requirió la exhaustiva investigación de los especialistas: hacía su aparición un monstruo alojado en su interior, tenebroso y calculador de movimientos y debilidades del organismo. Era el Lupus Eritomatoso Sistémico.

En el Hospital Pediátrico Mártires de Las Tunas un equipo multidisciplinario acometió, de inmediato, un grupo de estrategias para hacerle frente al diagnóstico. Hay medicamentos imprescindibles, no tienen parientes que asuman la responsabilidad que le está asignada en la familia farmacológica y por eso, recuerda Luís, el padre de la hermosa Irina, fue preciso enviar información sobre el particular al Puesto de Mando de Medicamentos.

Si no se andaba con premura la niña moría y la realidad inesquivable estremeció los corazones de quienes directa o indirectamente estaban comprometidos con el caso.

Hecho el sueño a un lado, el equipo el pleno se puso en función y en menos de 72 horas, traído del Canadá vino el fármaco por el aeropuerto de Camagüey, a más de cien kilómetros al oeste del hospital.
Era un ciclo completo, recuerda Luís pasando sus manos por los cabellos de la niña que nos mira ingenua, con una gozosa risa interior y el padre alegre, porque Irina nunca trae bajas notas de la escuela y de seguro, en algunos años, la casa dispondrá de otra profesional (tal vez doctora) para asumir el sueño realizable de un mundo mejor.

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