lunes, 27 de junio de 2005

Luís, mucho más fuerte por dentro

Por: Julián Puig Hernández

Nunca pensó Luís Rodríguez Lorenzo que a la edad de 22 años, luego de haber ingresado en una carrera profesional, su vida cambiaría radicalmente a partir de la salida de unas manchas en su piel. Era el año 1985.

Después vino una simple operación, en el cuello, para sacarle tres pequeñas glándulas inflamadas que provocó la contracción de un germen conocido por Estafilococo Dorado el cual, al paso de los días se le alojó en la cadera derecha.

El enemigo, huésped en su cuerpo, comenzó a trazarse estrategias para amilanarlo, socavarle sus defensas e inutilizarle para el resto de su vida. Trabajó con suspicacia terrible y determinó establecer su base de operaciones donde ubicó un grupo de coágulos de humor, como un conjunto de pabellones desde donde se desplazaría poco a poco hacia diferentes puntos vulnerables para el aparato motor de la víctima.

Luís sentía dolores en las articulaciones mayores, en los codos, las rodillas, tobillos…paso a paso algo, o alguien, estaba minándole por dentro. Luego de incesantes búsquedas, reuniones multidisciplinarias con especialistas de alto rango, vino el diagnóstico estremecedor: Lupus Eritematoso Sistémico.

Luís, que vive a la orilla del mar, mira la bahía de Puerto Padre y nos cuenta su historia. La enfermedad, como criminal suspicaz e imperdonable, hace que el sistema inmunológico olvide sus funciones y revierta su actividad en su contra. Algo abominable.

Por otro lado el rostro, deforme por su inflamación y lesiones epidérmicas, hacía suponer la presencia de un monstruo en la sala aséptica del Hospital Hermanos Ameijeiras de Ciudad de la Habana.

En tales circunstancias el sistema psíquico sufre considerablemente y la cordura se hace a un lado. No es para menos, la necesidad de un avance sustancial y la aparición de repetidos contratiempos hacen mellas en su sistema nervioso y se vuelve irascible, blanco de las susceptibilidades.

Pero es hermoso saber que el hombre (y la mujer, por supuesto) poseen muy adentro virtudes que no pueden minar los más crueles gérmenes, y es la fuerza de voluntad.

En tal momento, rodeado de circunstancias sumamente adversas, Luís devoraba libros, consultaba colegas y rebuscaba en todo cuanto pudiera incrementar su acervo porque la carrera de Licenciado en Ciencias Sociales estaba por encima de todo tropiezo y mientras algunos dudaban, en las noches de incertidumbre y pena, crecía en él la urgencia de concentrarse en los estudios.

Aquel ejemplo de tenacidad hizo que el claustro de profesores dispusiera de mecanismos, que sin resquebrajar un ápice las exigencias disciplinarias de la docencia, pudieran examinarse los conocimientos del tozudo estudiante.

Aunque ya había dejado de caminar desde el 18 de enero del año 1990 pues permanecía en una silla de ruedas, seis meses después, luego de las exposiciones verbales y escritas, ante los profesores universitarios, se ubicó entre los 13 alumnos que recibieron Título de Oro, y por si eso fuera poco, él, junto con otro compañero y tocayo, Luís Ramírez, de la provincia de Holguín, fueron los únicos que alcanzaron la máxima puntuación (cinco puntos) como recorrido; algo realmente insólito para no pocos.

Han pasado quince años desde entonces, sin embargo Luís no ha perdido la fe y recuerda con infinito amor a su doctora, Nilda Espinoza Romero, quien le hiciera en el año 1994 la primera operación de la cadera en los salones del hospital Calixto García, en la capital del país y ahora permanece ayudando a los sudafricanos, tan necesitados como él.

Tampoco olvida la segunda intervención, en 1996, no porque cada entrada al salón está valorada internacionalmente en más de 100 mil dólares porque él sabe que en su sistema social esas cuantías no son una pesadilla para ningún ciudadano, sino por el trauma natural; su cuerpo sobre la camilla, el olor a éter, el cuchicheo de los especialistas, las lámparas inmensas sobre el techo, el pipeo de relojes electrónicos que auxilian a cirujanos y anestesiólogos.




El tiempo transcurre y él sobre la silla de ruedas, esperando el milagro, no se desanima, está convencido de que volverá a caminar y en esa dirección orienta sus sueños. Ha pedido un reperitaje para devolver su libreta de jubilado y reintegrarse al trabajo; Luís sabe, está convencido, de que volverá a caminar; ya mueve sus piernas, conoce cada pedazo de hueso de su cuerpo, los tendones que hacen posible sus movimientos.

Espera paciente, pero con impaciencia imperceptible. Es de los que jamás se dejan vencer, ninguna circunstancia, ni la muerte, podrá aminorarlo, se dice muy adentro y su pecho emerge, ese donde hace 18 años atrás pusieron el Sello Laureado de la Juventud que hizo posible la militancia del Partido Comunista aún cuando sólo contaba con 21 años de edad.

Se sabe que todo es posible, si la fuerza interior del ser humano se resiste a las contingencias y perdura en lo que a la postre constituye algo supremo, la verdadera vida que cada uno se fragua muy dentro.

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