lunes, 25 de abril de 2005

BIRÁN , LA SEMILLA DE UN SUEÑO PRESENTE

Por Julián Puig Hernández
Atrás queda la cordillera, amplia, difusa por una rara niebla que no deja ver con nitidez los contornos divisores entre una y otra montaña, después viene el cordón de árboles verdes, como guardianes protectores de esas protuberancias.
Cuando vas adentrándote en el lugar hay un silencio, sosegado y necesario para la espiritualidad. Se abre un portón de madera, sencillo, de un color amarillo que tiene un impacto especial con su entorno.
Debes concentrarte bien para imaginar cómo era todo hace más de cincuenta años, con las carretas cargadas de diversos productos agrícolas, el grito del boyero con su vara larga aguijoneando las ancas del moroso animal; una bandada de gallinas con su retahíla de pollos; las ovejas balando para organizar su prole y el golpe seco de la espuela en la bota del vaquero.
Birán impone respeto desde tu llegada, porque sabes algo por su historia hermosa, contada en libros; pero debes llegarte allí, adentrar tu mirada en ese fascinante mundo, hacer tu propio derrotero a partir de la sencillez que miras en cada pedazo del lugar.
Aquí está, para tu beneplácito, la morada de los Castro Ruz, donde se fraguó la historia, el futuro del país sin que lo advirtieran los profetas.
Primero haz de conocer que todo fue producto de la pericia de un hombre soñador, que con sus manos materializó una comunidad al alcance de todos, con las comodidades de servicio útiles y necesarios.
Ángel, así fue su nombre, de semántica esotérica, pensó en la familia que formó; pero sobre todo en los residentes de esa comunidad, venida, tal vez, como referencia para los postreros rumbos del destino nacional.
En la vieja casa no encontrarás la opulencia que los confundidos creen, porque piensan más en el dinero fruto de la labor constante que en los sueños de un hombre presto siempre para servir. Allí está el telégrafo, con la casa del telegrafista, la bodega, la escuela, el conjunto de casitas para los peones, negros dignos venidos con el alma también cargada de sueños.
Para encontrar una prestación, los trabajadores no tenían que salir a buscarla en las lejanías, difíciles por la transportación y lo encarecido en otros sitios; todo estaba allí dispuesto, con la administración previsora, bajo la mirada de las montañas que fraguaron luego el devenir histórico.
Los niños felices que corretearon montes, jugaron pelota, galoparon en los briosos caballos, también apostaron, con los años, por un mundo mejor y pusieron todo su empeño para materializarlo. A los ojos de no pocos parecerá difícil creer que en aquella sencillez de hogar, donde había una organización social y una armonía familiar, pudiera haberse acunado tanta rebeldía; pero no han de olvidar el trauma que ocasionó en estos hombres el encontronazo con una realidad nacional. No podían quedarse con los brazos cruzados teniendo como tenían, tanta dignidad dentro de sus pechos.
Imbuidos por las explicaciones de quienes cuidan Birán, como tesoro de gran valía por el mensaje que emana de sus instalaciones, nos retiramos poco a poco y las casitas, con su color singular, se alejaban bajo la inmensa serranía. Nos llevamos en el alma una tranquilidad y satisfacción infinitas; eso edifica el espíritu y nos cautiva más en el hondón de la obra que se expandió a partir de allí. Quienes la odian le temen, como han temido siempre los que en nombre de la verdad mienten. La historia grande viene de cosas sencillas, porque el mundo aún está conmovido, y eso se sabe, ante la existencia de un pesebre.

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