miércoles, 17 de mayo de 2006

Por un mundo al derecho

Por: Julián Puig Hernández.

En este mundo enrarecido, no por la distinción de criterios, sino por los enfoques que quieren imponerse de ellos, se está obligado curiosamente a escuchar las partes en conflictos.
Los unos porque, a tenor de la inercia distintiva de la historia, les conviene continuar arrastrando a la poliforme masa de inocentes, y los otros están urgidos de romperla pues en honor a la gran verdad, al paso de los años nos hemos dado cuenta de que la fusta, aunque nos hayan inmaculado su inexistencia, puede verse asida a la mano descortés y ruda.
Ya quedó atrás aquella manera grosera de llevarse los recursos de todos y repartirlo entre unos pocos, se han creado métodos “modernos” donde te dan, según ellos, el derecho a ver cómo no parece que están timándote e irónicamente es una bendición sacar de casa sobre tus propios hombros las riquezas sociales para embarcarlas hacia las insaciables urbes imperiales.
Después de aprobados los foros mundiales donde líderes de todas las latitudes se ponen de pie en pos de defender los derechos de los pueblos, han salido a la palestra la amalgama de enfoques cuyos razonamientos dejan enana a la caja de Pandora.
Lo cierto es que, en los últimos tiempos, a raíz de la lucha contra el terrorismo y de declarada universalmente la necesidad de erradicarlo, nos llega el tufito de que quienes idearon esa trampa están dándole patadas a las paredes de sus despachos porque resulta sumamente costoso explicar cómo tienen que ver los pueblos el concepto y, verdaderamente, no conviene el enfoque entendido de estos tiempos.
Esto sucede, sobre todo, cuando un proceso como el Revolucionario Cubano, acusado ciegamente de violar los derechos humanos, ahora forme parte de los países que valorarán a nivel planetario cómo se comporta este fenómeno global.
Se han hecho, a pura conveniencia, emporios donde meten a todo el mundo, sobre todo a amigos con maquillajes costosos, y ahora resulta que son terroristas ¡qué casualidad!; pero lo más interesante del problema es que el epíteto les llega sólo por cumplir órdenes de esos “abanderados”. ¿Será que hay dos tipos de terroristas, los buenos y los malos?
El Tío San, con su alto sombrero de estrellas, apunta con su dedo huesudo y, por más que se pisen los botones de los play stations, se ven impactos en el monitor. Les conviene rediseñar el asunto, pero es demasiado tarde.
¿Será que quien hizo la ley hizo su propia trampa?

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