Reflexiones panza arriba

Por: Julián Puig Hernández.

Sergio Parra piensa panza arriba y deglute, para gusto o disgusto, lo que mira a su derredor.
Envuelto en algunos años, que traen luego esa pereza autorizada, después de tanto peregrinar en contiendas indistintas, se contenta con refrescar los calores en el portal de su casa y mirar los jóvenes de hoy, tan proclives, según él, a la inanición.
Oh, cuánto sufre Sergio mirando el tiempo que pierden esos muchachos, dados a las argollas en las orejas, tatuajes en la piel, vestimentas horribles y andares diversos que en su época fueron caldera exclusiva de un buen azadón en tierra enyerbada.
Andan esos desatinados, piensa, metidos en bailaderas, proyectos sociales llenos de papeles y computadoras, reuniones donde hablan millones como pericos y luego, como buenos gallos de pelea, te vienen con argumentos que no te dejan espacio a la réplica.
Pero Sergio, dotado de un espacio en su experiencia que no es poca, se calla, sufre de alguna manera esas tontadas de la juventud, porque lo peor de todo es que él tiene sus propias reflexiones, fuera de moda pero las tiene y las diría otra vez, para que las oigan, pero cuando lo hizo, hace tanto tiempo, no lo oyeron y tuvo que irse a las lomas, tomar un fusil, batirse con el pecho presto al impacto de las balas y resolverlo todo por la fuerza, y resultó el Primero de Enero de 1959 que él tenía la razón. ¡Era tan joven!
Y buscando en su atiborrada memoria se pregunta si esta guerra de hoy será menos riesgosa que la otra o continuación de la misma, sólo que con otros autores; pero él, con su panza al aire, de alguna manera es protagonista de estas reuniones y proyectos, montones de papeles y computadoras.
Le aterra la idea de una argolla en la oreja, por su puritanismo intrínseco, y esos pantalones, que no son de hombres según él, porque Sergio los tuvo bien puestos, aunque uno para ocasiones especiales, que su mamá con gran esmero planchaba y con el que iba a fiestas juveniles y el otro, con más remiendos que pecas tiene un pecoso, para trabajar en lo que fuera.
Se pregunta si en estos tiempo habría sobrevivido a esas inclinaciones juveniles de hoy, con una espalda llena de miseria y restricciones; sin embargo, con la panza un tanto más descubierta, piensa que los tiempos en definitiva son otros y él no puede ponerle su pasado a los nietos, él le puso un presente gracias a su pecho presto y por eso tienen papeles, proyectos y computadoras.
¿Es más fácil esto? Se pregunta Sergio.
No, un azadón es menos complicado y el pasado no podrá volver porque esos jóvenes, con atuendos que él no comparte, asumen su tarea con agilidad encomiable y tienen que utilizar las fuerzas que él puso en un fusil, en hacer posible el no retorno de tantas justificaciones a la atenencia de un fusil, arriesgar la vida joven, en pos de un presente que a pesar de algunas divergencias viejo-joven resulta mucho mejor que el tiempo tocado a él.
¿Me estaré llenando de egoísmo? Se vuelve a preguntar ¡No faltaba más! Y se descubre un poco más su panza porque en definitiva, es fea sí, pero los jóvenes nunca le han dicho nada por eso.