sábado, 14 de octubre de 2006

Que reine la paz


Por: Julián Puig Hernández.

Es lamentable que los problemas del mundo quieran solucionarse desde posiciones de fuerza. Ahora viene Corea del Norte, la hermosa tierra signada por el quehacer incesante de sus hijos, esos de tesón inmaculado, que no pueden abstenerse de trabajar, producir; pero con el símbolo de dolor por una guerra brutal que le cegó la vida a miles de sus hijos en la década del cincuenta del pasado siglo.
Vistos los puntos en conflictos: los unos porque se creen con todo el derecho sempiterno de gobernar sobre los demás aún cuando estén en juego los intereses internos de las naciones y los otros, dignos y altivos, que no se adhieren a imposiciones que muten los esfuerzos por desarrollarse.
Miles de voces en el mundo, desde hace tiempo, hacen un llamado a la paz, el entendimiento y por poner fuerzas comunes en función de esos propósitos. Construir armas, por muy insignificantes que parezcan, es sólo evidencia de rezagos del hombre de las cavernas. Es más difícil construir amores, pero es necesario, útil e impostergable.
Cuando hace pocos días agencias sismológicas daban cuenta de explosiones nucleares en esa parte del hemisferio oriental, también se sacudieron al unísono los corazones de quienes por el mundo andan pidiendo a gritos el entendimiento humano; pero seguidamente, con arrogancia y prepotencia, unos sugirieron la inmediata aplicación de la fuerza. Por suerte, sin apartarse de las necesarias censuras, los otros han demandado agotar todos los canales diplomáticos y cualquier vía a fin de solucionar un problema que, de no enmendarse, constituye el final de la existencia humana.
El desarrollo, tecnológico o de cualquier índole, ha de estar al servicio de eso y no puede revertirse como bumerán.
Ahora los niños y jóvenes, de ojos engrandecidos ante las posibilidades que tienen de convertirse en autores de un mundo mejor, deben supeditar tales aspiraciones a los resultados de un diálogo que a ciencia cierta sugiere como materia prima la cordura.
Indefectiblemente hemos de esperar porque se prorrogue el tiempo del Apocalipsis.

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