viernes, 6 de octubre de 2006

A treinta años del asesinato de Barbados


Por: Julián Puig Hernández.

A principios de la década del setenta, los niños y jóvenes de Puerto Padre tuvieron la suerte de contar con una academia de esgrima. El suceso se hizo realidad en los bajos del actual Museo Polivalente Fernando García Grave de Peralta.
Mientras algunos se adiestraban en sable, espada o florete, a un costado, concentrados con los ojos clavados en los tableros, estaban los seguidores de Capablanca.
Pero dentro de los muchachos esgrimistas estaba José Grillo Mola quien al cabo de tanto tiempo ha devenido un excelente ingeniero en la Empresa Azucarera Antonio Guiteras, la de mayor producción histórica de azúcar parda en el país.
Grillo, como se le dice cariñosamente a tenor de su apellido, tiene en su mirada un dolor intenso al recordar los sucesos del seis de octubre de 1976, cuando terroristas, al amparo de la Central de Inteligencia de los Estados Unidos, colocaron dos bombas en un avión cubano donde viajaban deportistas que fueron sus amigos de infancia.
Durante varias competencias provinciales y nacionales tuve la oportunidad de conocer a algunos de los muchachos que fallecieron en el horrible crimen de Barbados, entre los que puedo mencionar a Carlos Leyva, Leonardo McKensi y el guantanamero Juan Duani, que era muy buen sablista y con quien tuve la oportunidad de intercambiar armas y después de las competencias personalmente con él.
¿Cómo era Duani?
Era un joven muy alegre, muy cordial, muy bueno en la esgrima, con tremendas perspectivas.
¿Cómo te sentiste al recibir la noticia del crimen de Barbados?
Cuando tuve la noticia del sabotaje, aquel seis de octubre de 1976, la recibí con un profundo dolor, exacerbando en mí el odio hacia el imperialismo por ver que estos jóvenes con tremendas perspectivas, que habían conquistado todas las medallas de oro de aquellos juegos centroamericanos juveniles y que murieron así, de manos de terroristas de Estados Unidos y, sobre todo, que aún caminan fríamente por las calles de ese país, e incluso en otros países de América que los han recibido con los brazos abiertos y que aún dicen que son capaces de volar otro avión si fuera necesario; eso es algo muy representativo del terrorismo que recibe entre sus brazos el imperialismo norteamericano.
Nos dice de su trauma, del tiempo que ha pasado y todavía le parece incierto pues no comprende cómo pueden existir personas capaces de materializar tales atrocidades.
Lo más indignante, nos confiesa, es que en Estados Unidos está Luís Posada Carriles, enfrentando un juicio formal por un delito menor y no por terrorista; pero también en ese mismo país, libre y sin remordimientos siquiera, anda Orlando Bosch, el otro autor del atroz acto terrorista que cegó la vida de setenta y tres personas.
Estas verdades, que calan profundamente con inusitado dolor en nuestro pueblo, son tratadas en el norte revuelto y brutal que nos desprecia, con indiferencia.

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