martes, 5 de septiembre de 2006

Un amanecer diferente

Por: Julián Puig Hernández.

Amanece Puerto Padre, como el resto del país, con un color singular en las ropas de los niños y jóvenes, porque inicia un nuevo curso escolar y eso es motivo de reflexiones.
Mientras unos tantos mocetones se incorporan por primera vez al trabajo como profesionales, no pocos continúan el camino para llegar a ese objetivo; sin embargo hay otros, hombres diminutos, que puestos sus atuendos de estudiantes neófitos van de la mano de sus padres con especial caminar, mirándose los zapatos lustrados y cuidando que nada ni nadie aje sus camisas.
Los ponen en filas de muchachos bulliciosos que de vez en vez miran a lo lejos como cerciorándose de la presencia de mamá o papá que dan una ojeada por los huecos de la cerca perimetral.
Los ojos inmensos ven y sus oídos escuchan, con mucha atención, los pormenores de la escuela y las reglas disciplinarias de obligatorio cumplimiento. La directora o el director, tiene una voz fuerte y convincente. Están los de preescolar, al lado siguen los estudiantes de primer grado y un poco más allá continúan los otros grados, en orden ascendente. Alguno que otro mira a los nuevos con cierta superioridad y eso un poco los empequeñece; pero el tiempo pasa y los espacios están para seguir en esa dirección. ¡Ay, cuando yo esté en sexto! Dice uno sin abrir la boca.
El primer día reciben los lápices y las libretas. El lápiz es cosa de ver, porque debe sacársele la punta que dentro de la madera lleva y escribir con eso requiere mucho cuidado pues se parte con facilidad el creyón. Es así como en poco tiempo el lápiz va poniéndose cada vez más pequeño y la goma del extremo contrario a la punta, se pone tan torpe que hace huecos en el papel cuando no son precisos los primeros rasgos de caligrafía. La libreta tiene hojas lisas y blancas, o con muchas rayas para hacer bolas, círculos que requieren dedicación si deseas que sean bien redondos. Por lo menos, en la primera lección se aprende la O, y ya eso es bastante para ser en una jornada con un programa tan atropellado.
De vuelta a casa se es diferente, ya hay responsabilidades que la maestra o el maestro dejó para luego. Las libretas hay que forrarlas y ponerle láminas hermosas. No se descansa por más que se quiera.
La niña mira su muñeca y le hace un guiño, tiene que esperar. El niño mira el guante y la pelota, pero todavía faltan cosas por hacer.
Poco a poco la mujer y el hombre del futuro van haciéndose con la paciencia del magisterio porque un país grande y digno es aquel que tiene mejor capacitado a sus hijos.
Hoy comienza la continuidad de una obra.

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